jueves, 2 de enero de 2014
República romana (en rojo) y República cartaginesa (en azul) al comenzar la II Guerra Púnica |
En el contexto de la Segunda Guerra Púnica, Aníbal Barca no
aprovechó su tremenda victoria en Cannas en el 216 a.C. (donde
murieron unos 60.000 romanos por unos 6.000 cartaginenses, estando
estos últimos en inferioridad numérica) ya que se dedicó a
recorrer Italia sin decidirse a asediar Roma. Aunque las ciudades
griegas se rebelaron contra Roma y el rey Filipo V de Macedonia se
alió con Cártago, el no conquistar la ciudad del Tíber supuso un
tremendo error.
Muy
lejos de la indecisión de Aníbal, en Hispania, el joven general
romano Publio Cornelio Escipión, que acababa de pacificar la
Península Ibérica, se propone a asestar un golpe por sorpresa
contra Cartago en su propio territorio, el Norte de África, que
obligará a los púnicos a desalojar Italia. Dado el visto bueno por
el Senado, pone rumbo a África con la ayuda de la caballería númida
del aspirante al trono de Numidia, Massinisa. En la primavera del 203
a.C vence en la batalla de los Grandes Campos, expulsando a Sifax del
trono de Numidia y colocándo en él a Massinisa, convirtiéndose
este reino en aliado de Roma. Pero la llegada de Aníbal a África,
que había permanecido 15 años en Italia imbatido, le obliga a
librar un nuevo combate. Todo se dispuso el 19 de octubre del 202 a.C
para que los dos ejércitos se vean las caras en Zama, en las afueras
de la propia Cartago.
Aníbal formó a 37.000 infantes en tres líneas, más 3.000 jinetes
en los flancos y 80 elefantes en vanguardia. La primera línea púnica
se componía de 12.000 soldados (mercenarios de distintas partes de
su territorio: íberos, libios, baleáricos, etc ) y los paquidermos.
La segunda la integraban africanos y cartagineses, más 4.000
macedonios al mando de Sópatro. La tercera línea estaba compuesta
por su infantería veterana de la campaña italiana.
Escipión le hizo frente con 20.000 legionarios más 14.000
auxiliares, entre los que había 6.000 caballeros númidas, y 2.700
equites. Los romanos adoptaron la disposición clásica de batalla de
la legión, denominada triplex
acies, con los jabalineros vélites
en primera línea, la primera línea de combate (segunda)
hastati, los veteranos prínceps
en tercera, y los lanceros expertos triarii,
armados con lanzas largas, detrás.
El
general tuerto ordenó cargar a los elefantes, ebrios y con los
tobillos heridos para enfurecerlos, contra los legionarios romanos.
Para contrarrestar la embestida, Escipión ordenó a sus hastati
que
bruñeran sus corazas y escudos para deslumbrar a las bestias, además
situó a sus músicos en vanguardia de forma que el estruendo
espantara a los animales. Cuando estaban a punto de chocar contra la
formación, los legionarios abrían pasillos en los cuales los
elefantes perdían ímpetu y eran alanceados hasta la muerte por los
vélites y demás unidades armadas con pilum.
Los
caballeros númidas de Massinisa pusieron en fuga a la menos numerosa
caballería de Aníbal y la persiguieron, saliendo del campo de
batalla. Lo mismo ocurrió en el otro extremo de la batalla con la
caballería romana, liderada por Cayo Lelio. En este punto, los
hastati ya estaban en combate con la primera línea cartaginesa. El
Púnico ordenó avanzar su segunda línea. Escipión, conocedor e
imitador de su táctica, se le adelantó contraatacando antes de que
llegaran los refuerzos.
Los hastati
empujaban
con sus escudos y perforaban la carne de los mercenarios de la
primera y segunda línea de Aníbal. Parecía que la batalla estaba
decidida a favor de Roma, pero la infantería veterana de Aníbal
formó una muralla inquebrantable, dando un vuelco a la situación.
En esta situación, Escipión mandó toda su infantería de golpe
contra la línea de veteranos. El campo de batalla estaba sembrado de
cadáveres, pues ambos bandos habían planteado una guerra de
desgaste (Aníbal comandaba tres ejércitos que no habían combatido
juntos jamás, y su determinante caballería se había pasado al
enemigo).
Los veteranos, aunque obligados a mantenerse a
la defensiva, eran tropa experimentada, supervivientes del cruce de
los Alpes y más curtidos que sus oponentes romanosasí que poco a
poco iban ganado terreno, incluso contra los triari. Pero de repente
la caballería númida y los equites de Cayo Lelio, después de
derrotar a la caballería cartaginesa en ambos flancos, regresaron al
campo de batalla, cargando sobre la retaguardia cartaginesa y
destrozando su compacta formación por la espalda. El ejército de
Aníbal se colapsó, truncando el sueño del tuerto de ver Roma
arrasada; El Africano, sin embargo, se había ganado un sobrenombre
de leyenda.
Las bajas cartaginesas totalizaban 20.000
muertos, 11.000 heridos, 15.000 prisioneros, 133 estandartes y 11
elefantes. Una autentica debacle. Los romanos por su parte
totalizaban 1.500 muertos y 4.000 heridos. Las consecuencias para
Cartago fueron humillantes: la perdida de las posesiones no
norteafricanas, entrega de la flota, un pago de 10.000 talentos de
oro, la manutención de las tropas romanas en Africa durante tres
meses, el reconocimiento de Masinisa como rey de Numidia y la entrega
de 100 rehenes escogidos por Escipión. Ambos Senados ratificaron los
términos, quedando Cartago devastado y barrido como superpotencia
marítima, afirmándose Roma como la mayor potencia del Mediterráneo
y acabando así con la Segunda Guerra Púnica.
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